“Nunca más el silencio”, era la frase de cabecera que Vera solía repetir cada vez que podía. Motivos le sobraban. Llegó a la Argentina en 1939 huyendo del terror fascista que se vivía en su Italia natal. Su abuelo moriría en el campo de concentración de Auschwitz.
Décadas después de su llegada al país, se casaría con Jorge Jarach, un ingeniero italiano con quien tendrían a Franca, su única hija.
Los años de plomo en el país volverían a arrastrarla a lo peor. En esta oportunidad, sería la dictadura encabezada por Jorge Rafael Videla quien volvería a llevarla hacia el horror que pensaba haber dejado en el Viejo Continente. El 25 de junio de 1978, un grupo de tareas secuestraría a Franca con tan sólo 18 años y la desaparecería tras pasar por el centro clandestino montado en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA).
Tras un primer contacto con la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH), Vera se sumaría a las Madres de Plaza de Mayo en 1977, lugar desde el cual impulsaría la lucha por “Memoria, verdad y justicia” hasta sus últimos días.
En Vera, en las Madres y en las Abuelas, se albergan la reserva moral e histórica de un pueblo que rechaza el revisionismo, que no olvida, no perdona y no se reconocilia.
Cuando Vera explicaba el sentido del “nunca más el silencio”, sostenía: «Es no estarse quietos. Es decir, denunciar. Y, con eso, no hay una garantía, pero sí una esperanza».
